viernes, 14 de enero de 2011

Reseñas de novelas


La apasionante novela que no lo fue.

El sueño del celta de Mario Vargas Llosa

Roger Casement es no ya el protagonista, sino la razón de ser de la nueva novela de Vargas Llosa. Irlandés, personaje real, aventurero, admirador del imperio británico primero, anticolonialista después, estandarte de los derechos humanos, nadador, poeta sin lectores, autor de un diario de moral sexual distraída, Sir por el Imperio británico, nacionalista irlandés, pacifista en guerra, y creyente con más ganas que fe. Por último, como todos, condenado a muerte.

El sueño del celta (título de un poema real de Casement) está contado en dos planos narrativos alternos. Los capítulos impares narran los meses que Casement pasa en la cárcel esperando la revocación o confirmación de su sentencia de muerte por traición al imperio británico. Los pares nos cuentan la vida previa de Casement y está dividido en tres partes. Congo relata la infancia de un niño sensible y enmadrado que crece y marcha a África embelesado por las promesas británicas de aventuras y filantropía para los salvajes de ébano. Pronto descubre las barbaries del colonialismo y se convierte en un defensor de los nativos. Amazonia, situada en Perú en su mayoría, es la parte más viva de las tres. Con menos detalle pero más sensaciones, ahonda en el personaje pero con un Casement ya convertido en una figura aplaudida que sigue su lucha en las colonias americanas. Por último Irlanda recoge las aspiraciones independentistas que Casement ha ido formando durante sus viajes por el mundo y sus conspiraciones durante la I Guerra Mundial por la soberanía de Irlanda. ¿Acaso no es Irlanda también una colonia y merece ser liberada?

A pesar de que el punto de partida es muy prometedor, una anécdota ocurrida una siglo antes de los hechos narrados por El sueño del celta nos ilustra perfectamente por qué no estamos ante la mejor novela de Vargas Llosa. Se dice que Napoleón Bonaparte, recibió una carta muy larga de uno de sus generales detallando los planes de avance. Tras las largas, minuciosas y exhaustivas líneas, una posdata remataba la carta: “disculpad una carta tan larga sire, pero no tuve tiempo para hacerla corta”.


Puede que Vargas Llosa sea ese general, perfectamente documentado, preparado y voluntarioso al que quién sabe si las prisas por sacar su novela al calor de los rumores del premio Nobel le impidió presentarse ante su público soberano con la medida adecuada de la misiva que tenía entre manos. No es que la novela sea larga, pero por culpa de unos sucesos contados con mimo pero sin emoción, en ocasiones se enturbia la fluidez del relato. Como si fuese un monstruo de Frankenstein al que nunca le llega la vida. Y lo que resulta más confuso: los pensamientos, las acciones y las vivencias que leemos se repiten una y otra vez en fondo y forma dando la impresión de que la novela se alarga.

Estas repeticiones son una forma de expresar lo obsesivo del pensamiento de Sir Roger Casement. Obsesiones como el sexo, Irlanda y la lucha contra la injusticia, siendo esta última de la que se derivan las demás. En esto, Casement resulta ser un Fray Bartolomé de las Casas moderno. Su angustia ante los hechos que descubre como autor de unos reveladores informes sobre los abusos coloniales a ambos lados del Atlántico marcan su existencia y su salud con múltiples y escabrosas aberraciones. Sin embargo no hay morbo, ni recreación en la crueldad en esta fase. Vargas Llosa pasa por estos hechos con suma elegancia, con la flema británica que impregna a muchos personajes, pero también con un distanciamiento por los abusivos sucesos.

El polo opuesto lo encontramos en un autor con el que Casement casualmente se cruza en sus peripecias africanas: Joseph Conrad. Todo lo que en El corazón de las tinieblas, era atmósfera y misterio en El sueño del celta es un listado de testimonios que Casement nunca llega a vivir sino como entrevistador, con esta acción estática cuesta empatizar con las víctimas. Esta circunstancia se subraya con los personajes que acompañan a Casement. Al ser una novela tan centrada en el protagonista, sus secundarios están creados para hablarnos de él, y en el proceso perdemos la identidad de la voz del secundario y con ello, inevitablemente, parte de lo que deberíamos saber de Roger Casement. En ocasiones dan la sensación de que se “apagan” cuando Casement no les contempla. Acaso las relaciones más hermosas, la de Casement con su carcelero el Sr Stacey y con su amigo no nacionalista (Herbet Ward) aparecen menos de lo que deseamos, como si el autor al narrar hechos tan deshumanizados, tuviese pudor por recrearse en la contradicciones de las relaciones humanas.

Precisamente esas contradicciones son, por otro lado, el tema central de El sueño del celta. Casement, es un ser sufriente, sus desvelos, viajes y luchas le provocan numerosas enfermedades y malestar. Es un hombre que duda, que cae en el descrédito tras haber sido encumbrado, que teme materializar sus deseos, y por supuesto también comete errores. Sin embargo, Vargas Llosa admira tanto a su personaje que, incluso en sus facetas más oscuras, arroja una generosa luz sobre Casement, de modo que el claroscuro tiene muchas más luces que sombras.

Más a la sombra queda el tema mejor contado de la novela. Casement es un ser que desesperadamente y sin éxito, quiere amar. Ama a su madre pero esta muere joven, desea el amor carnal pero este le resulta esquivo y culpable, ama la causa colonial pero está le engaña, y por fin cuando encuentra alguien que siempre se deja amar (su patria) esta le responde con un alarde de ironía: a pesar de que Casement habla multitud de lenguas y dialectos, es incapaz de aprender Gaélico.

Hay maestría estilística en muchas líneas y buenas intenciones en el mensaje, además de un hercúleo trabajo de documentación. Posiblemente los capítulos más interesantes son aquellos que Casement pasa en prisión, bien por la ya mencionada relación con su carcelero, bien por esa supuesta vida que pasa ante tus ojos cuando crees que la muerte llega. Esas vida llega en forma de las visitas que recibe Casement, símbolos de su infancia, sus pasiones y sus problemas. Por supuesto estos capítulos también se aprovechan de la tensión del desenlace que supondría conocer el resultado de la sentencia de Casement. Pero el hecho de que sea un personaje real y de nuevo, el pudor del autor por crear emociones, ahogan el climax.

Estamos pues ante una novela que servirá a muchos para descubrir a uno de los mejores escritores y pensadores en español. Sin embargo, conocerán una versión desdibujada de Vargas Llosa que parece perderse en la documentación más que entregarse a disfrutar de lo que escribe y sus personajes. El sueño del celta, sin duda alguna, nos hará más instruidos pero es incapaz de llegar al lector con los argumentos del espíritu: la emoción.

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