viernes, 14 de enero de 2011

Reseñas de novelas


La Historia contada con H minúscula.

Momentos estelares de la Humanidad de Stefan Zweig

Stefan Zweig hace en este, Momentos estelares de la humanidad un relato de la Historia, una apología del hombre frente al mito y un disfrute de lo que serían materias de estudio.

Zweig se mete en jardines olvidados por la memoria o acaso dormidos a la sombra de los grandes hechos que causan. Este libro sobre los sucesos “tras las bambalinas” de algunos de los acontecimientos más importantes de la historia, está narrado con la destreza cercana de uno de esos amigos a los que te gusta escuchar sus anécdotas. Presientes que exagera, pero no te importa. Lo que Zweig escribe va más allá de las diapositivas de viajes exóticos en los que se quedan muchos de los pulcros relatos que inundan las novedades de las librerías en el subgénero de la miniatura histórica.

La intrahistoria de la que habló Unamuno, esas pequeñas hebras del tejido de la humanidad, se hacen aquí Historia al pasarla por los ojos de Zweig. Cuya aportación es hacernos ver, con un estilo novelado y, por capítulos, rimado y teatralizado, que los hechos que marcan el rumbo de la humanidad durante décadas o siglos, no surgen por generación espontánea sino que tienen cientos de detalles con “efecto mariposa” que desencadenan lo que en ocasiones atribuimos al Destino con mayúsculas.

La elección de Zweig es casi una labor de seleccionador deportivo, ya que tiene a su disposición todo el plantel de estrellas que ha dado la historia y la obligación de sacar el mayor interés literario de cada momento. Así, el autor vienés se enfrenta a este ajuste de cuentas, o más bien partido amistoso con la historia con una alineación de lujo. En los cimientos de la Historia: Cicerón, la brecha que ocasionó la conquista de Bizancio, el descubrimiento del Pacífico y la creación de El Mesías de Händel y de La Marsellesa. Creando el juego: Waterloo, Goethe, El Dorado, la salvación in extremis de Dostoievski y el telégrafo que cruzó el Atlántico. Y rematando en el siglo XX: Tolstoi y su fuga al cielo, la lucha por alcanzar el Polo Sur, Lenin y su tren sellado y por último, el fracaso de Wilson por la utopía de la paz en la I Guerra Mundial. Equipazo.

No todo son virtudes en esta oda a la fugacidad que precede a la inmortalidad. Zweig parece desfallecer en algunos momentos de los 2000 años que abarca su obra (sintetizada eso sí, en un volumen esbelto en figura)y frente a los éxtasis de algunas narraciones como la de Núñez de Balboa y su descubrimiento del Pacífico en la que el escritor claramente se viene arriba, hay otros donde el tiempo de lectura deja de ser elástico y se vuelve pegadizo. Eso sucede con El Mesías de Händel y La creación de La Marsellesa. Dos composiciones musicales históricas e irrepetibles que sin embargo se rebelan contra la alegre majestuosidad del conjunto y coquetean con la excesiva solemnidad y el tedio. La particularidad de estos relatos en los que el acontecimiento (la creación) se desencadena desde dentro del individuo hacia el exterior impide una narración tan visual y atractiva para el lector como en otros acontecimientos en los que lo más grande sucede en el exterior. Por lo tanto es visible, imaginable. Y luego lo filtra a través del carácter de su protagonista. En estos casos nos llega una mezcla burbujeante entre lo introspectivo y lo grandioso.

Otro aspecto que exige algo de benevolencia en Momentos estelares de la humanidad es aquel que es a la vez su mayor virtud: su estilo.

Apasionado y cercano. Épico y sencillo, Zweig nos habla como si hubiese estado presente detrás de cada cortina, cada recodo, cada compartimento tras el que se deshacía un nudo gordiano de la historia. Y además con taquígrafa incluida, ya que se permite citar diálogos y frases pronunciadas en la intimidad. Causa un divertido sonrojo su valor al narrar detalles de gestos (alzó la frente, miró al infinito…) como si los escribanos (cuando los hubiere) hubiesen pensado en las necesidades de las acotaciones para un posible guión de Hollywood. Sin embargo son estas licencias las que convierten la obra en material literario y suponen la diferencia con tantos otros libros que nos invitan a entrar en las carreteras secundarias de la historia: la prosa de Zweig.


Este austríaco nacido en 1881, autor de ficciones como Novela de ajedrez o biografías como Fouché, el genio tenebroso, mostraría de nuevo el valor de la intrahistoria en su autobiografía, publicada póstumamente, El mundo de ayer. Sin duda, una obra y una vida que bien podría haber sido un capítulo expandido de Momentos estelares de la humanidad si no estuviese tan ceñida a los corsés de la modestia.

Su voz es personal, ceremoniosa pero ágil, y fluye como un barquito por un riachuelo de agua transparente. Se preocupa de darle pompa y circunstancias a los momentos clave pero retrata con orgullo la fragilidad de los planes de los hombres. Sus elipsis, imprescindibles por lo imperceptibles, hacen avanzar los relato hacía las vísceras de los logros y fracasos de la humanidad, pero si bien hay un tema que predomine esta obra, es su inquebrantable fe en la bondad y la constancia del hombre.

Zweig es un optimista, un vitalista que cree que el hombre triunfe o fracase tiene un componente de grandeza. Un hombre que creía que los buenos debían ganar, que lo civilizado debía prevalecer sobre la barbarie. Dos pruebas atestiguan este carácter. La primera en su obra, cuando Zweig en el capítulo “La primera palabra a través del océano” en el que narra como Cyrus W. Field consigue tender un cable telegráfico que pone por primera vez a un latido de distancia a Europa y América, se lamenta y dice: “Ese año de importancia universal, 1837, […] raramente consta en nuestros libros escolares que por desgracia siguen considerando más importante hablar de las guerras y de las victorias de los distintos generales y naciones, en lugar de hacerlo sobre los verdaderos triunfos de la humanidad, por ser comunes”. La otra prueba la firmó con su vida, ya que el 22 de febrero de 1942, desesperado por el futuro de Europa por la supuesta victoria definitiva del Nazismo, se quita la vida junto a su mujer.

En el último momento le falla la esperanza a este hombre incapaz de vivir en un mundo donde todo aquello que él consideraba preciso y precioso iba a faltar. Prefirió faltar antes él.

Es este, su libro más conocido y escrito a lo largo de 20 años, su mayor rebeldía contra lo gris, lo flácido y lo divino. Si el estilo es la voluntad de precisión, la amplitud sísmica de este ejemplar es su mejor marca de estilo ya que resulta tan divertido y tan accesible, tan adictivo que no se deja de leer, ya sea en la taza del urinario o en ese sillón de orejas para el que tenemos un hueco en el salón pero no en nuestra cuenta del banco.

Un libro para un joven que quiere ser grande, una historia para un anciano que quiere ser descubridor y en definitiva, un ejemplo para aquellos hombres que quieran ser hombres.

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